martes, 31 de marzo de 2020

Diario de Alarma, Día 18

Día 18, TRISTEZA.

Es un Martes gris, triste, diría que muerto si no fuera una palabra fuera de lugar, así que la cambiaré por inerte. Es un día frío como una piedra, y además de un color parecido. Y muy apático. Un día de piedra.

Aquí sentado tengo tiempo para pensar en otros tiempos cuando me asomaba a la ventana y veía algo más que el vacío, la tarde sin gente o la cola de por la mañana para el supermercado o el pan. Uno de los episodios que recuerdo al mirar por la ventana es del siglo XX, meses antes de que empezará un mundial de fútbol. La calle que ahora está desierta estaba abierta por la mitad, dejando al descubierto el río subterráneo (el Cutis) que cuando había tormenta por el Verano se desbordaba y acababa inundando todo el barrio. Desde la ventana en aquel año podías ver una escena extraña. Un río canalizado cruzaba por debajo de la calle, bordeado por vetustos ladrillos cuya imagen era la de otro tiempo aun más lejano. Olía a cemento y a río sucio. El mundial que iba a empezar unos meses después, era el de Francia 1998. Aquel Verano ya no hubo inundaciones. Aunque las calles de cerca quedaron todas vaciadas de tráfico, no así de gente, incluso se podía jugar al fútbol en la calle más transitada. La fractura del barrio quedó pronto arreglada, y el río volvió a la oscuridad para no llenarnos de agua el portal nunca más, mientras nosotros corríamos por encima con un balón, en busca de aventuras futbolísticas.

También tengo muchos otros recuerdos, como ver la calle nevada, y bajar a jugar con una sorprendente nevada navideña, y tocar la nieve por primera vez, el bullicio de la fiesta nocturna, y tantas y tantas cosas, pero no se porqué, el del río abierto, y bajar con un balón a buscar una pista donde jugar, es la que por alguna razón me viene más a la mente.

La rutina de hacer diversas cosas viene muy bien, sobre todo el ejercicio. Y procurar no pensar demasiado. Lo malo es buscar alguna alternativa a no estar demasiado tiempo sentado, que se va haciendo complicado. Pero bueno, van 18 días y creo que todavía no estoy más loco de lo que estaba, y de momento la forma física va bien y seguimos bien.

Una de las películas que recomiendo más abajo (El Hoyo, 2019), me ha hecho reflexionar y descubrir el porqué, de que veamos a veces en películas como los prisioneros marcan en las paredes el paso de los días. Y ello reside en el hecho de que como hemos ido hablando, al estar confinado se pierde la noción exacta del día que es. De ese modo pues, cuando aún tienes idea de la fecha, si haces marcas puedes guiarte de alguna forma. Las marcas que hace cada uno pueden variar, claro. Unos marcan palitos y otros se hacen rutinas.

El panorama de la actualidad nos deja de nuevo unas cifras para la esperanza, al menos en Asturias. Unos 90 casos más que ayer, lo cual como esperábamos en mi opinión que será, un sube-baja progresivo hasta la normalidad. Las cifras de hoy proporcionadas por Astur Salud son: 1.322 casos totales, 63 fallecimientos en total (8 más) y 109 curaciones. En el computo global de España los números son bastante menos buenos, van 94.417 contagiados, 8.189 fallecidos y 19.259 recuperados.

Por lo demás, la agenda cultural del diario voy a recomendar 2 películas 2, en esta ocasión españolas. La primera me la recomendó mi amigo el gran N, y es la siguiente:

El Hoyo, (2019). La trama se encuentra en una especie de cárcel, o quizá no tan cárcel, con un número incierto de niveles y sólo dos ocupantes por nivel. La comida la empiezan a bajar por el nivel 1. El resto dejo el trailer y la ficha.


Ficha en Filmaffinity de El Hoyo

Otra película española que recomiendo y que vi en el cine cuando se estrenó es Hipnos (2004). Curiosamente la he encontrado completa en Youtube, así que dejo el enlace debajo:


Me parece injustamente tratada por la crítica. A mi me gustó, y se merece bastante más nota que la que le dan en Filmaffinity. Dejo aun así la ficha también abajo por curiosidad.

Ficha de Hipnos en Filmaffinity

Para terminar la parte cultural dejo un cuento de ciencia ficción que escribí hace tiempo, que me recuerda un poco en parte a lo que estamos viviendo.
El nuevo espécimen.Por Santiago Fuertes. Las 8:00. Como cada mañana el despertador le sacaba del sueño bruscamente. Ocurría a menudo que cuando más profundamente dormía era durante aquella hora, justo en el momento en el que el despertador comenzaba a gritarle con su estridente timbre, avisándole de que tenía que levantarse. Solía dormir mal desde que estaba en su nueva  casa, en aquella ciudad extraña a la que se había ido a trabajar, renunciando a muchas cosas en busca de un futuro mejor. Pero aquella mañana parecía que comenzaba de un modo nuevo y diferente a todas las demás desde que vivía allí. Había dormido profundamente toda la noche sin despertarse y no recordaba haber tenido sueño alguno. Lo normal era que recorriese la cama de un lado a otro con pequeños paréntesis entre sueño y sueño, hasta que rendido, se sumía en un pesado pero feliz letargo interrumpido casi siempre a última hora por el despertador. Se sintió perplejo de que aquella noche hubiese dormido como un tronco, normalmente tenía un sueño muy ligero, y el cerrar de la puerta del vecino de arriba era capaz de despertarle fácilmente. 
Tenía una hora para salir de casa. A las 10:00 debería de estar en su trabajo, y con los frecuentes atascos de la ciudad tardaba una hora o a veces algo más en llegar al trabajo. Las rendijas de las persianas dejaban pasar la tenue luz grisácea de la triste mañana que reinaba fuera, señal inequívoca de que comenzaba otro maldito día plomizo y húmedo. Hacia al menos dos semanas que el cielo estaba encapotado y lloviznaba sin parar hasta que la depresión se apoderaba de uno y lo mejor era esperar la llegada de la noche para no saber si afuera hacia bueno o no, tal vez con la llegada de la mañana siguiente las cosas cambiasen para mejor. Se fue directo a la ducha, sin molestarse en levantar las persianas. Para qué, entraría casi la misma claridad. 
La cálida agua de la ducha empezó a llover sobre él. Disfrutaba más de aquel placer de cada mañana que del breve desayuno que a toda prisa ingería, sin tiempo para saborear lo que tragaba. Era básicamente para aguantar hasta la hora de comer, un café y una galleta y poco más. Ya estaba pensando si se iba a cargar mucho el café o no cuando cerró el grifo y el agua dejó de caer.
         Con su ropa limpia puesta se dispuso a prepararse el desayuno. Le apetecía un café cargado y una galleta, así se iría rápidamente para no apurarse demasiado al salir de casa. De repente reparó en algo que faltaba, Boby, su pequeño caniche blanco, no había salido de su cesta corriendo hacia la cocina como cada mañana para saludarle. Se sintió preocupado, tal vez su pequeño compañero, el que le alegraba un poco cada día en aquella ciudad desconocida, estaba enfermo. Se dirigió a la cesta acolchada donde Boby dormía acurrucado cada noche, después de que su dueño terminase de leer algo o de ver la televisión y se fuese  a dormir. La preocupación le asaltó, mientras se dirigía al lugar privilegiado de la salita donde Boby tenía su particular dormitorio. Pero Boby, no estaba allí Le buscó por todas partes sin encontrarle, ni debajo de la cama, ni en la despensa, ni detrás de ninguna puerta. Tampoco se encontraba metido en ningún armario, ni en el baño, ni respondía a la llamada de su dueño. Parecía que se había evaporado como por arte de magia. La desesperación empezaba a correrle por las venas lentamente. Aquello era extraño. Quedaban quince minutos para las nueve. Boby tenía que estar en alguna parte. La noche anterior le había sacado a dar un paseo antes de cenar, justo al llegar del trabajo. Había ido calle abajo con Boby, se había detenido a hablar con el dueño del videoclub cuando este cerraba su local y había vuelto enseguida a casa, tras dar un breve recorrido por el pequeño parque del barrio. Seguía haciendo memoria rápidamente. Recordaba que Boby había estado junto a el en sofá hasta que apagó la televisión para irse a dormir. No había duda, tenía que estar en casa. Volvió a rebuscar por todos lados llamando a su perro. -¡Boby! ¡Boby!. Pero el perro no acudía a su llamada. Las nueve menos 5. Se asustó. Empezó a considerar en la posibilidad de que alguien hubiese entrado en casa durante la noche, pero aquello le parecía imposible. Se hubiese despertado, no había duda, su ligero sueño no habría tolerado un ruido de un extraño entrando en casa, pero entonces, ¿dónde estaba Boby? Las nueve. Desesperado volvió a llamar a su perro - ¡Boby! ¡Boby! Su rostro se iluminó cuando de pronto los ladridos de su pequeño compañero se escucharon. - ¡Boby! El perro ladraba, pero no estaba en casa. Sus ladridos parecían provenir de la calle. Una rápida reflexión mental le autoconvenció de que tal vez el exceso de trabajo le hubiese llevado, por alguna razón, a olvidar a Boby en la calle la noche anterior y con el sueño acumulado...
 Se apresuró a salir de casa rápidamente olvidándose de su desayuno para acudir en busca de Boby. Le recogería y lo llevaría a casa rápidamente para irse al trabajo, le daba tiempo de sobra. Introdujo la llave en la puerta de la calle y la giró para abrirla y salir al rellano. Un crujido metálico salió de la cerradura; se había quedado con la mitad de la llave en la mano. Apresuradamente buscó la caja con las otras tres copias de la llave que tenía en uno de los cajones del armario de la salita. Extrajo como pudo el trozo que se había quedado en la puerta e introdujo otra llave, pero no podía hacerla girar de ninguna manera, la puerta estaba atrancada. Estaba encerrado en casa. Su paranoia creció haciéndole pensar en las más extrañas ideas. Habrían entrado en su casa y al salir le dejaron encerrado, seguramente Boby se había escapado mientras entraban y ahora estaba en la calle o... Deprisa, fue a las ventanas del dormitorio, que daban a la calle. Intentó subir las persianas, pero al tirar de los rieles, estos se rompieron. Aquella mañana de perros, todo le estaba saliendo mal, y no sabía quien había entrado en su casa. Ya eran las nueve y cuarto. Encendió todas las luces y examinó su alrededor. Lo curioso era que no faltaba nada y todo estaba en perfecto orden en las estanterías, en la cocina, en la despensa y en la salita. Corrió a la ventana de la cocina para abrirla de par en par. De repente se quedó a oscuras. Un apagón, lo que le faltaba. Estaba claro que necesitaba ayuda, así que no dudo un instante en ir a buscar su teléfono móvil al dormitorio. Medio a tientas, lo encontró en la mesita de noche. Rápidamente se puso a marcar el número de un compañero de trabajo. Explicaría la situación y vendrían a ayudarle. La angustia de aquel momento le presionaba tanto que se equivocó al marcar y tuvo que repetir el número de nuevo, eso exasperó un poco más sus nervios. La tenue luz del día plomizo que hacía fuera le causo la impresión de ver una sombra en movimiento a su lado, a la que no dio demasiada importancia mientras marcaba un número tras otro. Se despertó. Las 8:00. El reloj había sonado sacándole de su perturbador sueño. Aquello no era descansar, tenía que hacer algo para dormir mejor, tal vez acostarse más temprano o hacer algo de ejercicio. La ducha le esperaba, sería lo mejor empezar aquel día que se presentaba plomizo con una relajante ducha. Abrió el grifo y comenzó a disfrutar de su diaria ducha vespertina. Llegó con ropa limpia a la cocina y se sirvió el desayuno. Su cargado café y sus galletas estaban ya ante el. Antes de dar el primer sorbo, algo le puso la carne de gallina; Boby no venía a saludarle como cada mañana. Sonrió, que tontería, no podía pasar lo mismo que en aquella tonta pesadilla. Fue a ver a Boby a su cesta, pero no estaba. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando comenzó a escuchar a Boby ladrando, muy cerca de él, pero a la vez fuera de las paredes de la casa. Levantó la persiana. Esta vez no estaba atrancada y no se había quedado con los rieles en la mano, pero aturdido no vio la calle. Fuera de la ventana solo había un largo pasillo gris lleno de jaulas de todos los diseños posibles. Vio a Boby ladrando asustado en una de ellas, mientras docenas de ojos curiosos le veían a él a través del cristal.

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